Es sábado de una tarde de invierno. Las calles están empapadas con la última lluvia que cayó sobre los barrios del sur de Quito. De a poco, los autos retoman su movimiento por la calle Princesa Toa, una vía que permanece correctamente señalizada y sin baches, que une al sur de Quito con Conocoto, en el valle de Los Chillos.
Tras el paso de la lluvia, de poco salen a los dos costados de la vía, varios perros callejeros que buscan algo de comida. Sus pelajes lucen empapados en lodo. Son de todos los colores: negros, blancos, amarillos; bajitos, altos; de orejas largas, otros con orejas cortas. En su mayoría son criollos. Sus miradas están tristes, algunos tiemblan con el viento helado que azota el lugar.
Muchos la conocen a esta vía como “la calle de los perros abandonados”, por la gran cantidad de canes que permanecen a sus costados en espera de comida que les proporcionan algunos conductores y transeúntes.
Los propietarios son los vecinos del lugar que prefieren que sus mascotas permanezcan fuera de casa. Pero no solo es eso, varios lugareños también denuncian que hay personas de fuera del sector que llevan hasta allá a sus animalitos y los abandonan. En los primeros meses de la pandemia por la Covid 19 se detectaron muchos casos de perros que fueron abandonados a su suerte, comentó a un medio local María Melo, activista en defensa de los derechos de los animales.
En el sector conocido como San Miguel de Chachas hay cuatro canes que sentados a la orilla de la calle esperan el paso de los vehículos. Los animalitos se arremolinan alrededor de los autos, cuyos conductores deben disminuir la velocidad para no atropellarlos. De vez en cuando también se observan los cadáveres de algunas mascotas atropelladas.
En el trayecto de casi cinco kilómetros, entre la avenida Simón Bolívar y el sector Santa Mónica, en la intersección de la calle Princesa Toa, con la avenida Camilo Ponce (antigua vía a Conocoto) Marcia Cervantes contó que esta tarde permanecían a la intemperie, por lo menos, 45 perros a la espera de algo de alimento.
Destaca que también hay personas solidarias que llegan con pan y croquetas para calmar el hambre de estos “angelitos de cuatro patas y cola”, que permanecen en la vía. Y cuenta que hasta su casa también llega, a diario, en busca de pan un pastor alemán callejero que vive sus últimos días en la vía. Ella lo dice “el precioso viejito” y sabe que una mirada de agradecimiento del can es como un alimento para el alma. (I)
Olger Calvopiña Tapia