Eran las 11:00 de un domingo de marzo, la mañana estaba nublada, el sol como que se coqueteaba con el frío. Llegamos a un conjunto habitacional en el sector de La Mariscal, que parece distinto al intenso trajinar de este sector de la capital ecuatoriana.

Desde la vereda veo en una pequeña ventana a un hombre de rostro serio, que me sonríe. Es Gabriel Garcés Moreano, nació el 24 de noviembre de 1932. Ha escrito dos libros: Pensándolo Bien… y Humortífero (Puro Humor Puro). Sus referentes en el periodismo son sus tíos: Víctor Gabriel y Enrique Garcés, “periodistas muy antiguos que trabajaron en el diario El Día”.

Se lo considera uno de los iniciadores de las Fiestas Yamor, en Otavalo, su ciudad natal. Había dos fábricas textiles: San Pedro y La Joya, que las clausuraron, eso fue un golpe para la economía de mucha gente de la ciudad. A su tío el médico Enrique Garcés, se le ocurrió hacer algo para levantar el ánimo y la economía del lugar. Ahí surgieron las fiestas del Yamor, era septiembre de 1953. Enrique Garcés, escogió a tres personas, que eran estudiantes universitarios muy apegados a su tierra: Guillermo Moreano, Pedro Pinto Flores y Gabriel Garcés Moreano, para que lideren y atraigan al turismo hacia el cantón de la provincia de Imbabura. Fue un éxito.

Por cuestiones imprevistas, tuvo que viajar a Europa, donde fue el tercer secretario de la embajada de Ecuador en Italia. A la sede diplomática llegaban compatriotas distinguidos, como Oswaldo Guayasamín, ministros: Asdrúbal de la Torre y Gil Bermeo; los periodistas: Marco Ordóñez, Marcelo Egüés, Jorge Vivanco, entre otros, con quienes salía y les invitaba a conocer Roma.

Es abogado, pero laboró como periodista de El Diario del Ecuador y “de entrada me mandaron de cronista al Congreso Nacional, que estaba dentro del Palacio de Carondelet, ubicado en el Salón Amarillo, en la Plaza Grande, en Quito. Ahí había dos cámaras: la una de diputados y la otra de senadores.

Al terminar sus estudios en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central del Ecuador, con sus compañeros hizo una gira por Sudamérica. Gabriel sabía que el Dr. José María Velasco Ibarra estaba en Montevideo, y le entrevistó, pero su trabajo no le publicaron en el Diario del Ecuador, porque su dueño, el Dr. Francisco Illescas Barreiro, era contrario del Dr. Velasco. Alejandro Carrión y Pedro Jorge Vera, de la revista La Calle, eran sus amigos, no tuvieron problema y la publicaron gustosos la nota.

Gracias a ciertos amigos, que estuvieron en El Diario del Ecuador y que se pasaron a Diario El Comercio, le llamaron, para que sea parte del Diario Independiente, fundado en 1906. En ese entonces su compañero y amigo, Jorge Rivadeneira “Soflaquito” tenía una columna cuyo seudónimo era” Por mí” y dejó a Polvorín al frente de este espacio. Esa columna de humor era “Pensándolo Bien”. El jefe de Ultimas Noticias, César Larrea, le sugirió que el espacio debía tener un autor. Gabriel Garcés, de pronto lee un titular enorme en Diario El Comercio que decía: ¿Por qué estalló un polvorín?” y se agarró de eso y le puso “Polvorín”.  Desde ahí se llamó “Pensándolo Bien, por Polvorín”. Esta columna duró más de 60 años, porque cuando se jubiló, en 1997, le pidieron que siga escribiendo en Ultimas Noticias. Así lo hizo hasta que cambió de propietario y se acabó el vespertino de la capital.

Era una época muy armoniosa en la redacción del matutino quiteño. En una ocasión, por la amistad que tiene, le pidió que le revise al médico y ex ministro de Salud, Asdrúbal de la Torre, porque tenía gripe, el caricaturista y carpintero, le recetó 10 pañuelos y que con eso se curaba. Las bromas eran parte del día a día.

Era la época cuando había excelentes periodistas: Carlos H. Endara, Víctor Hinostroza, Víctor Figueroa, Byron Maldonado, Santiago Jervis, Gilberto Mantilla, Marco Ordóñez, Luis Mejía, Enrique Proaño, Fernando Maldonado, Fabián Garcés, René Villegas, Eleodoro Ayllón, los dos últimos bolivianos; así como muchos Jorges: Jorge Mantilla Jarrín, Jorge Rivadeneira, Jorge Espinosa, Jorge Larrea y Jorge Ortiz. “Casi todos mayores que yo. Eso cuando yo era joven”, dice con una sonrisa. Ahí estaban: Blasco Moscoso Cuesta, Alfonso Lasso y los jefes José Alfredo Llerena, Luis Banderas; César Larrea y Enrique Echeverría. “Todos compartíamos jornadas muy amenas”. Muchas veces se iban al Bar Quito a celebrar o contar chistes que eran muy famosos en aquella época.

En el trabajo de la redacción destaca la gestión de los tituladores, como don Gabriel García Moreno, “un tipazo era”, otro que ayudaba a titular era otro buen periodista, Eduardo Galárraga. Recuerda que a pesar de que los periódicos vivían en la época de los linotipos, la información al día siguiente salía completa, porque muchas de las noticias importantes se emitían en las noches y madrugadas, sobre todo lo que era del Congreso Nacional. “Ahora ya no se ve mucho de eso”, insiste.

Cuando el Congreso Nacional se trasladó del Palacio de Carondelet, al Palacio Legislativo, en las calles Juan Montalvo, entre 6 de diciembre y Gran Colombia, cubría esa fuente, con Margarita Ponce, cronista parlamentaria, hija del Presidente Camilo Ponce Enríquez. “Era muy buena amiga y persona”.

Cuando era parte de la revista La Bunga, le invitaron al presidente Otto Arosemena, al local de la revista, que estaba ubicada en la UNP de la Calle Carvajal. En esa ocasión hubo una anécdota cuando el Mandatario dijo: “claro, ustedes tienen La Bunga, yo tengo una ardilla”. Era el ministro de Gobierno el Dr. Benjamín Terán Varea, a quien le llamaban “la ardilla”.

Gabriel Garcés Moreano tiene una biblioteca en su casa y quiere donarlo al Municipio de Otavalo, hay muy buenos libros, “Eso que quede para mi ciudad”. Esta donación fue agradecida en un acto público, por la alcaldesa, Anabel Hermosa.

Indica que en el periodismo a veces ha sido feliz y otras no, porque tuvo momentos desagradables, pero superables. “Siento nostalgia porque se me escapa la vida para mí… He cumplido mi tiempo y me he pasado también. Hubo momentos buenos con la familia y en el trabajo. Solo nos queda despedirnos con agrado. Esperamos, pues, que tengamos un buen destino,” insiste con resignación.

Agradece al periodismo y a la comunicación por haberlo acogido. “Soy grato, porque los mejores años de mi vida los pasé en el periodismo, por eso estoy agradecido”. Respeta la forma y la manera de ser y pensar de las personas, por eso desea que cada periodista sea mejor siempre.

Otavalo-Quito-Otavalo

Gabriel, quien es hincha de la Liga Deportiva Universitaria de Quito, comenta que en la capital ecuatoriana estuvo en el Jardín de Infantes y un año de escuela en la Municipal Espejo. Por razones familiares, debido a la muerte de su abuelita, María Cabrera, mamá de su padre, Reynaldo y los doctores: Enrique y Víctor Gabriel Garcés, les tocó regresar a Otavalo. Debía manejar las propiedades, porque sus tíos no podían hacerlo.

Ahí conoció a sus tíos maternos. Vivió los cinco años de escuela que le faltaba y los del colegio. Regresó y estudió Jurisprudencia en la Universidad Central del Ecuador, donde tuvo como sus profesores a  Alfredo Pérez Guerrero, Juan Issac Lovato, entre otros.  Viajaba a Otavalo “de repente, de repente”. Ahí tenía muchos amigos, casi todos mayores que él.

Culminó los estudios de Jurisprudencia, pero mientras era estudiante trabajaba en el periodismo, “en vez de hacerme abogado me quedé de periodista”.

Las Fiestas del Yamor 1953 y Enrique Garcés

Las primeras fiestas del Yamor fueron en las pistas de patinaje. En Otavalo había dos fábricas textiles: San Pedro y La Joya, que las clausuraron, eso fue un golpe para la económica de mucha gente de la ciudad. Su tío, Enrique Garcés, para levantar el ánimo y la economía del lugar y se le ocurrió hacer las fiestas del Yamor, en septiembre de 1953.

Para organizar la fiesta, el médico Enrique Garcés escogió a tres personas, estudiantes universitarios: Guillermo Moreano, Pedro Pinto Flores y Gabriel Garcés Moreano. Los jóvenes se arriesgaron, porque estudiaban y trabajaban en Quito, para ir a las fiestas de Otavalo tenían solo dos o tres días. “Era un poco complicado, pero resultó bien”.

Cuando ya aparecieron las fiestas, salieron inventores anteriores. “Nosotros lo inventamos, pudo haber un baile cuatro años antes, pero nunca más se hizo nada. Nosotros inauguramos la fiesta actual”, repite.

Ventajosamente esa fiesta ha continuado, porque ha pasado más de 70 años. El nombre se lo dio por la fiesta del Yamor. “Fue una maravilla la inauguración, participaban niños, adultos y ancianos”. Esta fiesta quedó instaurada y se logró su objetivo principal: se le ha dado movimiento a la ciudad y a sus parroquias. En esos años inició el cruce o “travesía” al Lago San Pablo, que se realizaba en la parroquia del mismo nombre. Recuerda el triunfo del Teniente del Ejército, Mario Gordón, quien llegó al grado de Coronel.

“Mi tío siempre fue entusiasta y un apasionado de la salud”. Enrique Garcés fue directivo de la salud, profesor de la Universidad Central del Ecuador y en sus alumnos sembraba esa inquietud por la salud, que es la que evita las enfermedades y ahí la necesidad de trabajar en la prevención. En reconocimiento a su trabajo, el ministro de Salud, en ese entonces, Asdrúbal de la Torre, puso su nombre recién construido Hospital del Sur de Quito. Cuando se inauguró ya estaba otro ministro, un doctor de apellido Huerta.

La foto y la Radio La Voz de Los Lagos

Hay una fotografía, que fue tomada a inicios de la década de los 50, donde está Gabriel Garcés Polvorín, quien reconoció a:  Guillermo Moreano, su primo; Fernando Chávez, quien fue ministro de Educación en el Gobierno de Galo Plaza Lasso, literato y autor de varias novelas como: Plata y Bronce, La Embrujada, Escombros, entre otras. Él inició a la novela indigenista. También están Cecilia Beltrán, Gonzalo Benítez y Humberto Vacas Gómez.

Gabriel asistió a un evento que era transmitido por la radio La Voz de Los Lagos, de propiedad de Modesto Jarrín, papá de los hermanos: Raúl, Patricio y Eduardo.

En su sala conserva dos fotografías, donde están sus tíos Enrique Garcés y Víctor Gabriel. Sus abuelos: Manuel Garcés y María Cabrera, así como su padre Reynaldo Garcés. Hay otro cuadro grande colgado en la pared con la imagen de su mamá, Angélica Moreano, que fue tomada por el fotógrafo, Hugo Cifuentes.

Tercer secretario de la embajada de Ecuador en Italia

Nunca se “palanqueo” ningún cargo en el exterior, sino que le mandaron, en castigo, porque tuvo un problema en el Ecuador. Estuvo más de dos años y medio. Había un embajador que “era muy raro” y lo que ordenaba se hacía en ese momento. Llegaban compatriotas distinguidos, no les atendía, sino que le llamaba a Gabriel para que lo haga.

En una ocasión llegó el pintor quiteño Oswaldo Guayasamín, quien era también su amigo. Le atendió amablemente, pero no le podía invitar algún lado porque el pintor y artista era muy solvente y Gabriel, no. Llegaban ministros como Asdrúbal de la Torre, Gil Bermeo, los periodistas: Marco Ordóñez, Marcelo Egüés, Jorge Vivanco, que estuvo un tiempo en diario El Comercio y de ahí pasó al Expreso. Con ellos ya era otra cosa, iban a almorzar, a pasear por Roma, porque “yo ya conocía e íbamos lugares muy turísticos”.

El Diario del Ecuador y la entrevista a Velasco Ibarra en Uruguay

Estaba en tercer año de Jurisprudencia en la Universidad Central. Su tío, Víctor Gabriel Garcés, era directivo de El Diario del Ecuador y le llamaron para que trabaje allí. “De entrada me mandaron de cronista al Congreso Nacional”, que estaba dentro del Palacio de Carondelet, era en el Salón Amarillo, en la Plaza Grande, en Quito. Ahí había dos cámaras de diputados y senadores.

Al terminar su carrera de abogado, con sus compañeros se fueron a una gira por Sudamérica. Estaba acompañado de sus amigos de curso y su profesor, Humberto García Ortiz, de la Universidad Central del Ecuador.

Gabriel sabía que el Dr. José María Velasco Ibarra estaba en Montevideo lo buscó y consiguió una entrevista. El cinco veces mandatario del Ecuador, le condujo a su departamento en un hotel, ahí le entrevistó. Regresó con la nota hecha, pero no le quisieron publicar, porque el dueño de ese medio era el Dr. Francisco Illescas Barreiro, contrario del Dr. Velasco. “Yo me quedé con la entrevista”.

El joven abogado tenía una gran amistad con Alejandro Carrión y Pedro Jorge Vera. Les contó que tenía esa entrevista y ellos “de una” aceptaron, era para la revista La Calle. Se publicó en el primer número, luego en el segundo se repitió con una nota de Alejandro Carrión, que decía que había sido un éxito.

El Comercio, Pensándolo bien y Polvorín

Gracias a sus amigos, que trabajaban en El Diario del Ecuador y fueron a El Comercio, le llamaron. “Yo llegué medio modesto, nomás”. Le dijeron primero que iba a Ultimas Noticias, pero como ahí funcionaba El Comercio “y se pasaba nomás se dio la oportunidad”. En ese entonces su compañero y amigo, Jorge Rivadeneira, tenía una columna cuyo seudónimo era “Por mí”. Gabriel siempre le ayudaba hasta que le dejó al profesional de las Leyes al frente.

Esa columna de humor era “Pensándolo Bien”, que duró casi 60 años. El jefe de Ultimas Noticias, César Larrea, le sugirió el nombre “Pensándolo bien”, pero por quién, no valía decir por mí, como el anterior, de pronto leyó un titular enorme de El Comercio que decía: ¿Por qué estalló un polvorín? y se agarró de eso y le puso “Polvorín”.

Cuando se jubiló de El Comercio en 1997, le pidieron que siga escribiendo su columna en Ultimas Noticias, así lo hizo hasta que le vendieron y se acabó. “Yo también ahí dejé”.

Asdrúbal de la Torre le recetó 10 pañuelos para la gripe

En una ocasión Gabriel Garcés estaba con una fuerte gripe, que no le permitía ni hablar, peor respirar bien, por ello acudió a su amigo y compañero de diario El Comercio, Asdrúbal de la Torre, para que le recete unos medicamentos, porque el malestar era insoportable. “Ve Asdrúbal dame un remedio”, le insistió.

En esa época el caricaturista trabajaba en el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS). Sacó el recetario, le preguntó el número de afiliación, historia clínica, qué malestar tenía, desde cuándo, cómo se sentía ese momento. Todo parecía correcto, Gabriel estaba agradecido por el interés que puso su amigo en su enfermedad, porque podía comprar los medicamentos, para recuperar su salud. Al poco rato recibió la receta, esperaba leer los nombres de los medicamentos y las indicaciones, cuando de pronto lee que debería comprar 10 pañuelos. La risa fue inmediata y toda la redacción se enteró. Eran épocas de camaradería, humor y tomadura de pelo, que hacían que los momentos que se pasaba en la redacción sean más pasaderos.

El ambiente en la redacción de El Comercio

Cuenta que era muy agradable ser parte de El Comercio. En la redacción se vivía una amistad y compañerismo formidable. Después de cumplir con la jornada de trabajo, había momentos que compartían de manera agradable, “se pasaba bien, porque nos hacíamos bromas unas buenas y otras sí que eran bien pesadas”.

Polvorín estuvo en la redacción de El Comercio en la calle Chile y en San Bartolo. “No le puedo contar todas las cosas que se hacían, pero la alegría y la risa siempre nos acompañaba a todos los periodistas, porque todos éramos amigos”, recuerda. Era la época cuando había excelentes periodistas, uno de ellos: Carlos H Endara, Víctor Hinostroza, Víctor Figueroa, Byron Maldonado, Santiago Jervis, Gilberto Mantilla, Marco Ordóñez, Luis Mejía, Enrique Proaño, Fernando Maldonado, Fabián Garcés, René Villegas y Eleodoro Ayllón, los dos últimos bolivianos, entre otros. “Había muchos Jorges”:  Jorge Mantilla Jarrín, Jorge Rivadeneira, Jorge Espinosa, Jorge Larrea, Jorge Ortiz.

Se quedó como titulador

Reitera que en la redacción como no había tanta gente, ni muchos periodistas, “casi todos nos llevábamos bien, excelentes amigos, casi todos mayores que yo, cuando yo era joven”, indica con una sonrisa. Ahí también estaban: Blasco Moscoso Cuesta, Alfonso Lasso. los jefes José Alfredo Llerena, Luis Banderas. César Larrea, Enrique Echeverría. “Todos compartíamos jornadas muy amenas”.

Cada día un periodista quedaba de turno, tenía que atender muchas cosas. Una vez a Gabriel le tocó revisar una crónica deportiva, cuyo titular no le entendía, le dijo a José Alfredo Llerena. “Mire esto yo no entiendo, envíele a un periodista deportivo. Estaba mal redactado y todo”.

Había un titulador que era mayor, don Gabriel García Moreno, pero salió de vacaciones, otro que ayudaba a titular era otro buen periodista, Eduardo Galárraga. Entonces le pusieron en ese puesto temporal a Gabriel, quien se leía todo, para encontrar un título, eso era un tormento, pues le tocaba salir al último, pero con eso y todo, antes con el linotipo que levantaban el periódico, todo estaba temprano hasta que impriman.

Recuerda que una noche se fueron al Bar Quito, se tomaron unos tragos o comían algo. Se retiraban a las cuatro o cinco de la mañana y a esa hora ya estaba la edición impresa y ellos ya salían con el periódico de ese día. “Ahora ya con toda la técnica, el periódico sale muy tarde. Cierran completamente a las 18:00, porque a esa hora no entra una noticia más”.

“Nosotros, cuando se prolongaban las sesiones en el Congreso Nacional, cuando había interpelaciones, nos quedábamos hasta las 23:00, 24:00 o hasta la madrugada, con la finalidad de que salga la reseña completa en el periódico. Ahora todo se cierra a las 18:00. Dónde está la técnica, más vale se ha retrocedió, ahora que ya no hay los linotipos”, insiste.

Margarita Ponce y el Dr. Carlos Julio Arosemena

Coincidió que Margarita Ponce fue también cronista parlamentaria, se sentaba junto a Gabriel, quien era amigo del Dr. Carlos Julio Arosemena, que en esa época era diputado, luego fue presidente de la República. Era cuando el Palacio Legislativo ya estaba en las calles,  Juan Montalvo, entre 6 de Diciembre y Gran Colombia.

“Un día la Margarita me dice, Gabriel, ¿yo quisiera ser amiga del Dr. Arosemena?”. Le contesta Bueno. Se acercó donde el político guayaquileño y le dice: “Dr. la chica que está ahí es hija del Dr. Camilo Ponce Enríquez, ella es periodista y quiere ser su amiga”.

La fila de los periodistas era en un lado y otro. El Dr. Arosemena se sentaba en el salón de sesiones. Se acerca donde la joven y le manifiesta: “Gabriel me acaba de decir que usted quiere ser mi amiga, encantado. Y que usted es hija del Dr. Camilo Ponce Enríquez”. Sí, le contestó Margarita. En ese momento el diputado le dijo: “usted es la mejor obra que ha hecho su padre”.

Con Margarita “éramos muy buenos amigos, a veces almorzábamos juntos. Fue una gran persona”.

La Bunga y la ardilla

Fue parte de la revista humorística La Bunga, “que le daba y le daba al Dr. Otto Arosemena, en ese entonces presidente de la República”. Una vez le invitaron a una recepción en el local de la UNP, al frente al Supermaxi de la calle Carvajal.

En esa ocasión hubo una anécdota con el Primer Mandatario, quien luego de una amena conversación, dijo: “claro ustedes tienen La Bunga, yo tengo una ardilla”. Era ministro de Gobierno el Dr. Benjamín Terán Varea, a quien le llamaban la ardilla. Las risas sonaron en ese momento.

“Esa revista nos dio alegrías, no plata, porque muchas veces poníamos todos de nuestros bolsillos”. Había anuncios de la Pasteurizadora Quito, La Química… “Éramos pocos: Asdrúbal, Roque Maldonado, Jorge Rivadeneira, Marco Ordóñez, Edwin Rivadeneira, que ayudaba a los caricaturistas, y yo”.

Recientemente se vio con Roque Maldonado, quien era el hombre humor, porque asegura, para hacer una buena caricatura hay que ser vivaracho y Roque, así como Asdrúbal, lo eran. “Los dos muy creativos, un par de tipazos. Buenos amigos, buenas personas, excelentes seres humanos”. Nunca dejaron de sonreír, cuando estaban bravos pasaban nomás.

“Me da pena no haberle visto al Asdrúbal mucho tiempo, la última vez le vi en la UNP. Le fui a visitar una vez en la calle Carvajal donde vivía, pero ya se había cambiado. Ahora estamos en el tobogán de la vida. Me da pena no asistir al sepelio de ellos y que ellos no asistan al mío”.

La Biblioteca y Otavalo

Gabriel tiene una biblioteca en su casa, que se formó por su apego a la lectura. “No tengo más libros porque no tengo donde poner”, incluso en su dormitorio tiene otras publicaciones. Se puede observar una colección de los premios Nobel de Literatura. “Por lo menos esto he logrado formar, porque en mi soledad, la mejor compañía son los libros, hasta hoy que ya no puedo ver, sigo leyendo”.

“Como ya me voy a morir, he donado esta biblioteca al Municipio de Otavalo. Hay muy buenos libros, pero que no son míos jaja… Eso que quede para mi ciudad”, insiste, al tiempo que lee un escrito que había leído la alcaldesa, Anabel Hermosa, en la sesión solemne del Municipio de Otavalo: “Damas y caballeros, esta mañana queremos agradecer al señor Gabriel Garcés Moreano, destacado periodista y escritor otavaleño, quien con sus libros Pensándolo Bien y Humortífero dejó un legado de crítica y humor. Hoy, con 92 años, nos da una lección de generosidad al donar su biblioteca personal a Otavalo, motivado por su amor a la lectura y su deseo de inspirar a las nuevas generaciones. Que su ejemplo motive a los más jóvenes a descubrir en los libros el poder del conocimiento. ¡Un fuerte aplauso para él!”.

“Lo que les he pedido es que no haya nada de reconocimientos ni acuerdos ni nada. Yo no he estado ahí, pero me han de haber dado el aplauso”, reitera.

Sus referentes, el periodismo y el legado

Asegura que sus tíos, Víctor Gabriel y Enrique, son sus referentes, eran periodistas muy antiguos que trabajaron en el diario El Día, como Gabriel era estudiante le gustó seguir su trayectoria de los dos excelentes periodistas. “Mi tío Enrique tenía una columna en el periódico El Día, que se llamaba Instantánea, que era muy pequeña, pero de humor”.

Gabriel, en sus inicios era muy serio y hasta muy triste, hasta que le brotó el humor, como parte de su vida. En la columna de Ultimas Noticias, solo Carlos y Jorge Mantilla, leían la columna, autorizaban y ponían la firma de ellos, nadie más podía intervenir, ni los jefes de redacción del periódico, lo cual era una garantía para que la columna salga. “Casi nunca le tacharon, aumentaron o restaron, máximo una vez una tachadita, incluso para mí era un respaldo”.

Asegura que él no deja ningún legado, solo sus escritos, como cronista, luego articulista de El Comercio. “Mi columna para mí es lo mejor que había, porque estaba mi nombre, el resto no salía con el nombre del autor”. El periodismo le ha dado satisfacciones y dolores de cabeza también. En un inicio él arrendaba, vivía en pensiones, en eso se iba el sueldo, pero poco a poco fue mejorando la situación.

Tiene la satisfacción de que su columna le dio muchos amigos y enemigos también, eso es lo que ha quedado, porque todavía se acuerdan. “El humor para mí es una virtud, que tenemos los humanos que tenemos para sonreír, para transformar la pena en alegría. Hacer la vida más simpática, por lo menos sonreír alguna vez y calmar las penas”.

El tiempo pasa  y la charla termina. El frío del inverno quiteño parece desaparecer al mediodía. Se cierra la puerta y en su departamento sigue el recordado “Polvorín”, repasando sus recuerdos de más de 60 años de humor político en las páginas de Últimas Noticias y El Comercio.

Iliana Cervantes Lima

Voces de mi Ciudad

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