Mauro Ferrín Vera, el relator de primera, que nació en el mar

Foto: Izquierda Mauro Ferrín Vera en la actualidad. Derecha superior, en Asunción-Paraguay, con los periodistas deportivos: Gerardo España., Edgar Villarruel Caviedes y Pepe Granizo Cisneros. Derecha inferior, en Radio Pueblo Nuevo de Madrid con Andrés Benavidez y Pepe Granizo Cisneros.

 

Cuando era niño en su natal San Isidro, Bahía de Caráquez, escuchaba las emisoras colombianas: Caracol, RCN y Tonelar que se sintonizaban con gran nitidez en su pueblo. Una de las voces que más le impactaba era del locutor costarricense-colombiano, Carlos Arturo Rueda Calderón.  De Ecuador escuchaba radio Atalaya, de Guayaquil, que tenía una voz característica que era del locutor milagreño, Ecuador Martínez Collazo. Él fue su referente.

José Mauro Anselmo Ferrín Vera es un gran imitador del cantante puertorriqueño Daniel Santos, conocido como “El Jefe” o “El inquieto Anacobero”. En los eventos sociales de la Asociación Deportiva de Pichincha (APDP) siempre está su voz para deleitar con sus canciones. Además, es un gran contador de chistes, lo hace de una manera natural que parece que estuviera diciendo en serio las cosas. Trabajó en Radio Marañón, América “La pasillera”, Gemas, Gran Colombia, El Sol, Colón, Tarqui, Punto 83, que luego fue Radio Vigía, HCJB… Su voz siempre se la compara con otro referente de la narración deportiva del país: Carlos Rodríguez Coll.

Destaca que en el relato de antes había voces espectaculares, como de Ecuador Martínez Collazo, Jacinto Landázuri Soto, Edgar Villarruel Caviedes, Petronio Salazar, Carlos Rodríguez Coll, Alfonso Lasso Bermeo, Carlos Efraín Machado, Ralf del Campo, Pepe Calero Viteri, César Augusto Jácome, Raúl y Patricio Jarrín Hidalgo, Pepe Granizo Cisneros, Rudy Ortiz Iriarte, Carlos Sandoval, Danilo Acosta y Fabián Gallardo. Mauro ha trabajado con muchos de ellos.

El fútbol siempre fue parte de su vida desde que su abuelita le regaló unos zapatos deportivos a los siete años. Dice que le gusta más jugarlo que locutarlo.

Nació en el mar

San Isidro es una parroquia que pertenece al cantón Sucre, cuya cabecera cantonal es Bahía de Caráquez. Antes este cantón abarcaba muchas parroquias rurales que ahora son cantones ese el caso de San Vicente, Jama, Pedernales. Otra era Leonidas Plaza que ahora es otro barrio de Bahía y que incluso ha crecido más que la misma Bahía que ya no tiene espacio para extenderse. Estaba también Canoa que sigue siendo parroquia.

En esa época, “los inviernos eran muy bravos”, pues solo se podía transportar a lomo de mula o caballo y las carreteras eran veraniegas. Su madre iba a dar a luz en Bahía, donde había el hospital. La llevaban en una hamaca, atravesada por una caña guadúa larga y cuatro hombres, dos a cada lado.

En ese tiempo se demoraba como 12 horas para salir en invierno de San Isidro a San Vicente, de ahí se pasaba en lancha a Bahía. Llegó muy tarde a San Vicente, a las 24:00 y algo más, pese a que en la cédula de Mauro dice que nació el 11 de febrero, su madre asegura que fue el 12, porque llegaron pasada la medianoche. En el mar, entre Bahía y San Vicente, dio a luz y nació Mauro. “Que soy pata salada como nos dicen en Manabí”.

“En la radio hay un enano que habla”

Antes no había luz eléctrica. Su padre tenía una planta en la casa que se prendía desde las 18:00 hasta las 23:00. En esas horas se aprovechaba para escuchar, en un radio Telefunken grande, las emisoras colombianas, una que otra de Quito y otras de Guayaquil. Funcionaban con las pilas grandes o con la corriente eléctrica.

Mauro les preguntaba a sus familiares cómo es que habla ese aparato. Le respondían que dentro la persona que habla es un enano, al principio les creyó, pero luego se dio cuenta que las cosas no eran así. Escuchaba a Carlos Arturo Rueda C. y Joaquín Marino López, las grandes figuras de la radiodifusión colombiana en esa época. La señal de las emisoras de ese país se escuchaba nítidamente en la noche. Lo mismo Atalaya, de Guayaquil.

En San Isidro vivió hasta los seis años. Luego pasaron a Cojimíes. Tiene dos hermanas, una falleció. A los 8 años, en 1962, se trasladó a Quito, porque sus padres deseaban darles una buena educación. Una de las frases que resume la forma ver la de vida de su padre era una de Confucio. “Dale a un hijo un pez y comerá un día, si le enseñas a pescar comerá toda la vida”.

Ecuador Martínez Collazo

Desde niño, Mauro Ferrín Vera admiraba al narrador Ecuador Martínez Collazo, quien “tenía un estilo muy peculiar, muy particular”. Fue considerado, en algún momento, junto con Carlos Rodríguez Coll, como los mejores relatores de un sudamericano que se desarrolló en Lima. Era dueño de un relato lento, pausado, una voz grave, pero con mucho estilo. Trabajó toda su vida en Atalaya de Guayaquil y luego se pasó a Atalaya de Milagro de su propiedad.

“Yo le escuché en plenitud a Ecuador Martínez. Fue mi guía, mi ídolo. Yo trataba de imitarle porque era mi referente. El comentarista era Arístides Castro Rodríguez”.

En Manabí, la pasión por el fútbol es grande. Hasta ahora hay dos equipos que están en el corazón: Barcelona y Emelec. El clásico del astillero es una fiesta en la provincia, aunque hay una casa en San Antonio, que queda entre Chone y Tosagua, pintada con los colores de Liga Deportiva Universitaria, con las estrellas y todo, porque en Manabí la pasión por este deporte es inmensa, indica. “Mi familia es barcelonista, aunque hay algunos hinchas de Emelec, porque los clásicos apasionaban y a la persona que se le escuchaba era don Ecuador Martínez, incursionó también un tiempo el señor Ralf del Campo”.

En YouTube hay un audio de Ecuador Martínez cuando narra el gol de Barcelona a Estudiantes, realizado por el padre Juan Manuel Bazurco, en 1970, cuando el equipo del astillero participó en una Copa Libertadores y le ganó al equipo argentino.

Llega a Quito, al viejo Cumandá

Cuando la familia de Mauro viajó a Quito lo hizo en la compañía de buses interprovinciales Santa. Llegaron a la vieja Terminal Terrestre de El Cumandá. No se venía por la carretera Alóag-Santo Domingo, sino que se recorría de Bahía a Portoviejo, El Empalme, El Rodeo y se salía a Quevedo, de ahí a La Maná y se bajaba a Latacunga.

Mauro acostumbrado a ver el mar, los barcos, las lanchas, las canoas, las gaviotas, el calor y andar en la playa, de pronto observa que los paisajes eran diferentes. Observaba a los niños que se bajaban por el césped desde la Loma Grande hasta el terminal terrestre, rodaban en unos cartones y unas tablas. Mauro quería jugar como ellos, pero cuando salió del carro notó el cambio, sintió el frío capitalino.

Comenzó a extrañar a su abuelita, sus primos y todo el ambiente que había vivido sobre todo el sonido del mar. Llegaron a vivir en la casa el dueño de Los sánduches Don Soto, que hasta ahora está en la avenida 10 de Agosto y Portoviejo.  Mauro y su familia habitaban en una casa nueva en calle 18 de Septiembre, frente a lo que hoy es el Hospital del IESS. La casa de salud en esos años estaba en construcción y Mauro con sus hermanas y amigos jugaban en el sitio. Eso lo hacían a escondidas de los albañiles, porque era peligroso porque se podían caer.

Cuando Mauro llegó a Quito las casas antiguas tenían un baño y en el mejor de los casos dos. Se encerraba en el baño tomaba una jarra que servía para botar el agua y lo hacía como micrófono por la resonancia y la reverberancia”. Se demoraba dentro y venía la protesta de sus dos hermanas. Su mamá le preguntaba ¿por qué te demoras tanto? Su hermana decía “mamá, Mauro está loco, está hablando solo y grita”. 1965 fue el año cuando comenzó a inclinarse por el relato deportivo.

Pagaba cinco reales para ver la televisión

Era la época que se escuchaba en el mundo a los Beatles y, en el Ecuador, al dúo Benítez-Valencia, que lideraba la aceptación de los oyentes. Las emisoras que más sintonía tenían eran Quito “La Voz de la Capital”, Nacional del Ecuador, Tarqui, Gran Colombia y Nacional Espejo. Esas estaciones competían con los programas en vivo e invitaban artistas.

Mauro se inclinaba por las baladas y la música de la nueva ola: Enrique Guzmán, Alberto Vásquez, César Costa, Angélica María, de México. Sandro, Leonardo Favio y Leodan, de Argentina. En esa época la radio era la reina. La televisión era incipiente, porque salía la señal una o dos horas.

En esos años, Mauro y su familia se cambiaron de casa, de la 18 de Septiembre, a la 10 de Agosto y Las Casas, frente a lo que hoy es la Empresa Eléctrica Quito. Eran muy contadas las personas que tenían televisión en Quito, todas eran en blanco y negro. Era un aparato grande con cuatro patas de madera. La televisión era inmensa era como un cajón cuadrado gordo.

A un lado de su casa había una peluquería donde había televisión. El propietario “cobraba cinco reales a los niños del lugar para que vean los programas”. En Quito había solo dos canales: canal 6, que funcionaba en el Itchimbía y canal 4, que era religioso, HCJB voz, conocido como La Ventana de Los Andes, la voz era la radio y la ventana era la televisión, hoy es Teleamazonas. Las emisiones se realizaban entre las 18:00 hasta las 20:00. Mauro llegaba de la escuela que era doble jornada y la condición que les ponía su mamá para ir a ver la televisión era que primero hagan los deberes. Hacían lo más rápido que podían, pero bien. Veían las series Rintintin, Lasie…

Los niños siempre estaban sentados en silencio frente a la televisión, pero aun así el peluquero les ponía condiciones. “No me hagan travesuras, no me hagan bulla, porque sino les saco”.

El barrio La Jipijapa

Era mediados de la década de los 60 y se formaba el barrio La Jipijapa, una urbanización de la policía. Era potrero y había ganado. Solo se divisaba La Plaza de Toros, cerca estaba La Y, que no estaba asfaltada, era solo tierra, había lagunas y garzas. Por influencia de un familiar del ministerio de Gobierno, su padre, adquirió dos lotes, pero nunca se le ocurrió construir.

Mauro una vez le preguntó a su papá porque no hizo una casa en el lugar. Le contestó “si yo hago una casa es para vivir condenado eternamente a vivir alado de un vecino que a lo mejor es indisciplinado o problemático y como voy a salir de ahí si es mi casa, en cambio sí arriendo simplemente me cambio”.    

Los entrenamientos de LDU en el Estadio César Aníbal Espinoza

Cuando vivía en la avenida América y Mercadrillo, frente a la Facultad de Jurisprudencia, Mauro acudía a los entrenamientos de Liga Deportiva Universitaria (LDU) en el Estadio César Aníbal Espinoza, conocido como Universitario. Cerca había dos canchas de basquetbol y dos de tenis. “Una vez me eché la pera” (faltar a clases sin la autorización de los padres) para jugar fútbol, básquet y tenis.

Los domingos, su madre le repetía “te vas primero a misa y luego al fútbol” y lo cumplía. Se iba a la iglesia del Perpetuo Socorro o a su escuela la Francisco Febres Cordero, que quedaba en las calles Estados Unidos y Asunción, en el barrio América. Luego pasó a estudiar al Don Bosco, ubicado en La Tola. Mauro era monaguillo terminaba la misa, bajaba a La Marín, tomaba el bus y se bajaba en el estadio Olímpico Atahualpa.

Muchas veces les decía a los futbolistas Héctor Morales, que jugaba en Liga de Quito; al argentino Héctor “El Polaco” Gauna del América; o Armando Tito Larrea “les llevo la maleta”. Le contestaban “ya guambra lleva la maleta y ya estaba adentro del estadio”. Cuando no había esta posibilidad se iba a tribuna donde los niños ingresaban gratis.

Radio Marañón

Sus padres regresaron a Manabí y Mauro se quedó interno por dos años en el colegio Don Bosco, que estaba ubicado en las calles Chile y Ríos, y sus hermanas en el Santa Marianita de Jesús. La ventaja era que la mayoría de los internos eran costeños y de todas partes del país. Hubo un momento en que ya no se acostumbró al internado, porque tuvo problemas académicos y perdió un año. Su papá se molestó, lo llevó a Manabí y sin ningún privilegio sería un trabajador más. “trabajar como los otros y cumplir los horarios de ellos”. Y así fue. Pasaron unos seis meses y Mauro se dio cuenta que ese no era su ambiente, además su padre seguía molesto.

Mauro en Manabí tenía una linda potranca (yegua) que su abuelita le regalo con el aderezo, estaba bien equipada. La crió desde pequeña. “Yo le enseñé paso a esa yegua, era linda mi potranca”. Un señor le pidió que le venda la yegua, pero no aceptó, porque era el regalo de la abuelita y la quería mucho.

Un día se puso a pensar y decidió viajar a Quito a seguir estudiando. Vendió la yegua al señor que le propuso la compra y con ese dinero viajó a la capital. Sus padres no sabían a dónde se fue. Le buscaron y al cabo de un año y medio su padre lo encontró.

Ya en la capital solo y sin el apoyo de sus padres tenía que buscarse la vida y consiguió un trabajo en una imprenta que diseñaban el álbum deportivo ecuatoriano, donde había los cromos de los jugadores de fútbol de aquel tiempo. Un día el álbum se terminó y se quedó sin empleo.

Tenía 15 años cuando caminaba con un pariente por la Plaza de Santo Domingo, ahí funcionaba una radio tradicional, Marañón de la señora Ligia Wilches. En la puerta había un rótulo que decía “se necesita locutores”, lo leyó y pasaron. Su primo le dice “oye, tú que locutas en la casa, vamos un rato”. La propietaria le hizo una prueba y le dijo véngase el lunes. Su horario va a ser de 09:00 hasta las 12:00. “Usted va a ganar 150 sucres mensuales”. Le pagaba 50 sucres al mes por cada hora y como trabajaba tres le cancelaba 150 sucres.  “Para un muchacho sin oficio ni beneficio y que necesitaba, era una ayuda”.

Estuvo poco tiempo porque la emisora tenía algunas fallas y se iba a cada rato del aire. El locutor que estaba de turno era quien debía revisar las líneas físicas.  “Nosotros teníamos que irnos por las casas a pedir permiso para subirnos a los balcones para revisar las líneas que pasaban por ahí. Era muy complicado. Hasta que un día dije hasta aquí nomás. Debe haber sido por 1969”.

Galo Hernández Navas, Alfredo Falconí y Carlos Rodríguez Coll

Mauro también trabajó en América “La Pasillera”, que quedaba al comienzo del dial en los 570 AM. Tenía mucha sintonía porque hacía producciones nacionales. El dueño era Galo Hernández Navas, un escritor y libretista. En esa época hubo dos radionovelas muy famosas de producción nacional que se llamaban: El Conde Drácula y la Maldición del Inca, que causaron furor en Quito, se pasaba en horas de la noche. Recuerda que la gente se agolpaba en las esquinas para escuchar las radionovelas en los transistores.

En esta emisora necesitaban narradores. Le recibió Galo Hernández Navas. La radio funcionaba en las calles Cuenca y Mideros, cerca de la Plaza de La Merced y donde antes era la Intendencia y la Morgue. Le saludo y le dijo que quería ver si hay trabajo. “Usted es locutor” le preguntó Galo Hernández. Le contestó que sí. En qué radios ha locutado, no le comentó que había estado en Marañón. Le manifestó que en realidad le gusta y quisiera que le tomen una prueba. Apareció el técnico de la radio, quien hacía las grabaciones, Alfredo Falconí.

Galo Hernández Navas le llama y le dijo: “Alfredo este joven señala que es locutor, hazle una prueba”. Mauro nunca había hecho un relato deportivo en una grabadora, era la primera vez. Alfredo que hoy es su amigo, a quien lo visita siempre, le indicó: “Sabe qué, joven, anótese unas alineaciones en un papel, ponga los nombres para que relate”. Era la primera vez que veía las cintas de las grabadoras grandes, porque en la anterior radio no había. Era una tecnología más avanzada.

Mauro iba a narrar como don Ecuador Martínez Collazo, pero a último rato no lo hizo y utilizó su estilo. Alfredo grabó y se fue a la oficina de don Galo Hernández Navas. Mauro se quedó escondido detrás de la puerta, escuchando que decía. El técnico le indica al propietario de la estación. “Sabe que este chico tiene condiciones, pero hay un problema, es parecido a Carlos Rodríguez Coll”. Mauro se sorprendió. Don Galo Hernández le dice Y…  mejor, pues mejor. Si se parece a él mucho mejor…

Galo Hernández Navas le autoriza a Mauro que puede ir al estadio el domingo. El director de deportes era Édison Espinoza Tapia, un gran locutor narrador, que después se fue a vivir en Guayaquil y trabajó por muchos años en CRE.  En el estadio Olímpico transmitieron desde la cabina de Radio Tarqui, que en esa época estaba Carlos Efraín Machado. Relató unos 10 o 15 minutos. “Me sentía en las nubes, me sentía Ecuador Martínez, Carlos Rodríguez Coll, Alfonso Laso, ya era relator”.

Galo Hernández Navas llegaba a la radio a las 16:00, se sentaba en la máquina de escribir ponía las hojas con papel carbón y escribía los guiones. El personal se reunía a las 19:00. Muchas veces no grababan, sino que salían directo al aire. Se conseguía los efectos de sonido que había que hacer, que muchas veces eran los dedos, los muebles, el papel, los sonidos con la boca eran fundamentales. “Era gente con una gran capacidad grande”.

Radio El Sol

Radio El Sol estaba en el segundo piso del restaurante las Cuevas de Luis Candelas, en las calles Benalcázar y Chile, el gerente del local era Jorge Castro. Carlos Rodríguez Coll arrendaba el espacio deportivo para los programas y las transmisiones. Ahí le conoció y trató a César Estrella propietario de la emisora y de la Foto Estudio Estrella, que estaba en la calle Benalcázar y Espejo.

Años antes en esta estación conoció a su amigo Víctor Emilio Sánchez, quien le llevó a Radio Gemas, en los 900 Kilociclos. El director de Deportes era Pepe Granizo Cisneros, quien por cuestiones laborales pasó a Radio Colón y Víctor Emilio ocupó ese lugar. El director de la estación era el Dr. Milton Álava Ormaza, que fue Procurador del Estado. Esta emisora emitía radionovelas mexicanas y cubanas.

Gemas era parte de Diario El Universo, por ello hizo cadena con Mambo de Guayaquil. Se hizo famosa porque tenía una de las voces más potentes del país, el carchense Jacinto Landázuri Soto, “El relator Copa Mundo” que fue el primero que narró un campeonato del mundo en México 1970, cuando Brasil ganó la copa, porque por tercera ocasión ganaba una copa mundial. Fue el último mundial de Pelé.

Carlos Rodríguez Coll

Mauro insiste que tuvo muchos maestros, algunos de ellos no le enseñaban, sino que él aprendía a ellos: escuchándolos, viéndolos o trabajando en el día a día. Una de las personas que influyó mucho en él y lo asociaban mucho por la voz fue su paisano manabita, de Bahía de Caráquez, Carlos Rodríguez Coll, una voz espectacular, igual que su hermano Alfredo Rodríguez Coll.

El presidente de la APDP, Pepe Granizo Cisneros, lo califica como el sucesor del relator manabita. Esto es corroborado por el hermano de Carlos, Oswaldo Rodríguez Coll, quien señala que a Mauro se le ha dicho que es el hijo menor de Carlos Rodríguez Coll por el parecido en su voz y en su dicción. “Carlos dijo que tuvo en Mauro a un gran discípulo y lo consideraba uno de sus predilectos “.

Mauro, en cambio, dice que él no lo ve así, porque “don Carlos fue un narrador irrepetible. Tenía una chispa y una velocidad extraordinaria con una dicción clara. Matizaba las transmisiones con alegría. Era un hombre muy serio en su trabajo”. Recuerda que cuando le conoció en el Estadio Olímpico Atahualpa, le saludo y “el hombre que televisa el fútbol” le preguntó ¿Usted es el Mauro Ferrín? ¿Le gustaría trabajar conmigo? Mauro aceptó de inmediato.

Carlos Rodríguez Coll  en el Estadio Modelo

Mauro dejó la narración deportiva en la capital y se trasladó a Guayaquil porque se enamoró. El Puerto Principal era un ambiente diferente, porque a Quito lo conocía y sabía cómo desempeñarse. Inició un trabajo vendiendo utensilios. Iba al suburbio a ofrecer a plazos platos, cucharas y tazas. Un día se le ocurrió ir al Estadio Modelo a pedir una oportunidad. Había una radio que se llamaba Radio Noticia “La Fabulosa”, del papá del actual dueño de Radio Sucre, Vicente Arroba Dito, pero no le dieron espacio y en una de esas aparece don Carlos Rodríguez Coll. Le dice “chico cómo le va. ¿Qué hace usted por acá?”.

“El Hombre que televisa el fútbol” tenía un poder psicológico que se daba cuenta lo que pasaba con las personas, las estudiaba y analizaba al instante. A usted le pasa algo ¿Qué es lo que le ocurre? Le contó lo que le había sucedido. Don Carlos le responde, usted no es para esto. Usted se va a Quito. “Yo le voy a pagar 800 sucres mensuales y es más le voy a adelantar 400 sucres, para que arregle todo lo que tenga que hacer. Posiblemente está debiendo en la tienda, arriendo… Compre el pasaje y lo espero el martes”.

Desde ahí transmití con él y como decía don Carlos era el segundo a abordo. “Hasta que él se retiró del periodismo tuve la oportunidad, la suerte y el honor de acompañarlo”.

Gran Colombia y Tarqui

En Gran Colombia había un grupo selecto de locutores como: Edgar Villarruel Caviedes, Raúl Jarrín Hidalgo, Petronio Salazar, Manuel Pabón del Pozo, Edmundo Rosero Espinosa, José Luis Castillo, narrador taurino que también era analista político. Mauro también fue parte de esta estación.

En esa época transmitían los torneos intercolegiales que eran muy difundidos como los partidos de voleibol entre el Simón Bolívar, María Eufrasia y Gran Colombia que eran los colegios que más se destacaban en esa rama deportiva. En el basquetbol masculino: Mejía, La Salle, Don Bosco, San Pedro Pascual, pero el que siempre ganaba era el Mejía que tenía un equipo estupendo.

Mauro también iba al estadio, a los camerinos y cuando no iban los titulares Edgar Villarruel Caviedes, Raúl Jarrín o Petronio Salazar le tocaba relatar. Ahí estaba con Darío Miranda Sandretti, eran los dos jóvenes del grupo. Una de las transmisiones que se hacía era “Los guantes de oro” del boxeo. En esta emisora estuvo en varias oportunidades, porque salía y se iba a otra radio. Pepe Borja quien fue su compañero en esta estación y luego en radio Tarqui con Carlos Rodríguez Coll, destaca el trabajo impecable y de calidad que realizaba Mauro en las transmisiones.

Mauro cuenta que en esa época para ingresar y tener acceso a una información internacional tenían que recurrir a los teletipos, el cable internacional.  Un día llegaba a Gran Colombia muy en la mañana. El teletipo había quedado prendido y estaba el papel hasta las gradas.

Punto 83 y Vigía

Con el “Hombre que televisa el fútbol” estuvo en las radios El Sol, Colón, Tarqui y Punto 83, que la compró. Fue cuando se retiró del relato Carlos Rodríguez Coll, aunque posteriormente lo hacía esporádicamente con su hermano Oswaldo, “otro extraordinario relator que fue un ídolo en Manabí en la década de los 80”, destaca Mauro. 

Punto 83 después fue vendida a la Policía Nacional y se convirtió en Radio Vigía, “La Voz de la Policía”, donde le pidieron a Carlos Rodríguez Coll que hablará con Mauro para que sea el jefe de información y programación. El primer director que tuvo la radio en esa época fue el coronel René Bustos.

En esta estación estuvieron como directores Guillermo Jácome Jiménez, luego Jorge Zaldumbide Cáceres. También estuvo Jaime Vega Salas, conocido como “El Payado Vega”, quien fue director de diario El Tiempo.  Luego llegaron el conocido director de radioteatro y locutor, Edmundo Rosero Espinoza, así como Hilda Sampedro.

HCJB

Un día le llamaron de HCJB para remplazar a Alfredo Rodríguez Coll, quien se jubilaba. En la radio Mauro le dio su toque y su estilo. Allí compartió con los periodistas deportivos: Marco Antonio Bravo, Andrés Benavidez, Reinaldo Romero, Rommel Torres, Mario Naranjo y Manuel Sarmiento.

Edwin Chamorro, director de Noticias de HCJB, destaca que Mauro estuvo dos años en la estación, donde dejó un aporte importante en la programación de la radio. Se caracterizaba por su sentido del humor y calidad humana.

Actualmente relata para algunas emisoras de la capital, porque viaja continuamente a Manabí, indica Oswaldo Rodríguez Coll.

Aunque asegura que le gusta más jugar que narrar el fútbol, su voz permanece intacta en la mente de los oyentes del país, porque Mauro Ferrín Vera es el relator de primera.

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Iliana Cervantes Lima

Voces de la Radio

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