Carlos Rodríguez Coll, el hombre que se adelantó a su tiempo

Foto: Izquierda, Carlos Rodríguez Coll en 1954. Derecha superior Alfredo, Carlos y Oswaldo Rodríguez Coll. Derecha inferior, con su esposa Fanny Jaramillo y su nieta Gabriela.

 

Carlos Rodríguez Coll nunca supo que Ecuador clasificó a un mundial, porque falleció tres meses antes de que la Tri gane el pasaporte para su primer mundial. Jamás asistió, ni transmitió un mundial de fútbol, prefería verlo por la televisión o escucharlo en la radio. “El Poema del Fútbol” lo escribió a inicios de los 70, luego de ver jugar al futbolista argentino Carlitos Guzmán, quien militó en el Deportivo Quito.  Escribió dos libros “Goles y Recuerdos” y “Carta a mi hijo”. Participó en un concurso de narración deportiva donde ocupó el segundo lugar, el primero fue para el profesor Gustavo Herdoiza. Era un crack para poner apodos a los jugadores. Quiso ser aviador, pero el fútbol y el automovilismo pudieron más. Fernando Guevara Silva le puso “el hombre que televisaba el deporte”, mientras que Jimmy Porras dijo “la pelota rodando y Rodríguez Coll narrando”. Falleció el 4 de septiembre de 2001 en Quito, la ciudad que cobijo su vida.

Cuando era pequeño decía que quería ser aviador, pero a medida que fue creciendo y llegó al colegio Mejía le ganó la narración deportiva y el periodismo. Carlos cuando tenía seis años, sabía que, si se sembraba piña salía piña, igual con las naranjas, las papayas, los ovos… Un día sembró zapatos en el patio de la casa en Bahía de Caráquez. “Quería que le crezca un árbol de zapatos, pero jamás salió nada”, cuenta como anécdota su hermano Oswaldo Rodríguez Coll.

Carlos, desde niño, llevó al fútbol en el corazón. Cuando era estudiante del colegio Eloy Alfaro en Bahía de Caráquez, daba clases “un gran profesor de Matemáticas llamado Sucre Nieves”. Carlos estaba sentado junto a una ventana que daba hacia la cancha de futbol. Estaba con un oído a lo que decía el profesor y la mirada a la cancha. “En una de esas hace un gol uno de los equipos y Carlos gritó Goooooooooooool.  Y por qué lo van a anular, si no hubo infracción” y el maestro le respondió: Rodríguez póngase de pie, o está en clases de matemáticas, o en clase de fútbol. Mañana que venga su representante. A ver si algún día el fútbol le va a dar de comer. Fuera de aquí…”. Era un profesor muy enérgico. Eso escribió el libro Goles y Recuerdos y en ese texto hace referencia a esa anécdota. Luego de unos años, su hermano Eduardo se casó con la hija del profesor Sucre Mieles, Lolita. Carlos Rodríguez Coll le regaló el libro a su maestro y se llevaban muy bien.

 

En la década de los 40 y 50 en Colombia hubo un narrador deportivo Carlos Arturo Rueda, de origen costarricense; “en Argentina el gordo Muñoz y en Ecuador Carlos Rodríguez Coll”.  Quisieron ponerles a los tres en una cabina, para ver cuál era mejor, pero nunca se dio. “Eso querían hacer porque Carlos tenía mucha fama, verbo, léxico y dicción extraordinarias”.

Estuvo en las radios Quito, Tarqui, El Sol, Punto 83 que fue la que compró y existe hasta ahora como Radio Vigía. Laboró en Canal 6, cuando era Teletortuga, y trabajaba con una modelo europea que se llamaba Patsi, HCJB y Gamavisión. Fue invitado a muchas radios del mundo como Todelar de Colombia. Viajó por América Latina y Europa para transmitir el fútbol y el automovilismo. Además, muchos medios le invitaban para conocer su trayectoria. Una de las últimas entrevistas le dio a Jorge “El Chino” Carrera, en un programa que se llamaba el Baúl de los Recuerdos, donde se hizo una semblanza de sus inicios en Bahía, su familia, sus amigos, su trabajo…

El concurso de narración deportiva imaginario

Nació en Bahía de Caráquez, el 7 de enero de 1928. Los hermanos crecían y sus padres decidieron primero trasladarse a Guayaquil y luego a Quito. Llegaron a la capital ecuatoriana el 6 de enero de 1946, a la estación de Chimbacalle”. Viajaron en tren. Después de ocho meses de estar en “La Carita de Dios” se asentaron en la Ciudadela México, en esa época al sur de la capital. Eran los “famosos monitos”. Milton Rodríguez, su padre, era contador y Carlos su auxiliar.

Por razones de trabajo Carlos se graduó en la sección nocturna del Colegio Mejía, a este establecimiento lo defendía a ultranza. Fue el mayor de ocho hermanos: Carlos, Teresita, Milton, Oswaldo, Gladys, Eduardo, Alfredo y Richard, de los cuales viven cinco: Carlos falleció a los 73 años, el 4 de septiembre de 2001; Alfredo, a los 69 años, el 25 de junio del 2007; y Eduardo a los 84 años, el 18 de febrero del 2019. Milton vive en España, Teresita, Oswaldo y Richard viven en Quito y Gladys en Manabí.

En el colegio Mejía había campeonatos internos y un día se le ocurrió transmitir el partido. Se sentó en una piedra, a un lado de la cancha y empezó a narrar. “Sería más o menos 1948, tenía 20 años”. En esa época en el Estadio El Arbolito había una cabina, que “parecía una especie de palomar”, donde transmitía Radio Quito. El locutor era un guayaquileño de apellido Ralla. Carlos siempre miraba y analizaba porque quería ser parte de la Voz de la Capital.

En ese mismo año participó en radio Tropical, que funcionaba en las calles Benalcázar y Chile, en un concurso de narración deportiva imaginario. En ese concurso llegaron a la final con el profesor Gustavo Herdoíza León, quien ocupó el primer lugar. El segundo fue para Carlos. “Transcurren 10 o 15 días y Gustavo Herdoíza compró la Radio Tarqui”, asegura Oswaldo.

Su sueño trabajar en Radio Quito

A finales de los 40, cuando se empezó a construir el estadio, la gente decía, “quien es el loco que se le ocurrió hacer un estadio tan lejos, tan grande. Allá no se va a llegar nunca”. El estadio al inicio fue municipal, por eso lo inauguró José Ricardo Chiriboga Villagómez, alcalde de Quito, del Partido Liberal, a quien se le conocía como “Pepe Parches”, porque solo tapaba los baches, indica Oswaldo. Con el tiempo el Municipio le cedió de por vida a la Concentración Deportiva de Pichincha. Toda esa zona que está el CCNU, el Caracol, CCI y el Hipódromo era potrero.

El 21 de noviembre de 1951, en diario El Comercio hubo una publicidad que decía: “Escúchenos hoy en la inauguración del Estadio Olímpico Municipal Atahualpa con la narración de Carlos Rodríguez Coll y Alfonso Laso Bermeo. Raúl de la Torre hacía los comentarios. “Era un servicio a nombre de Cervecería La Victoria. Radio Quito – Paladín del deporte nacional – transmite los juegos inaugurales en HCQR 1360 Kc y en HCQRX 4915 Kc. Se cumplió su sueño, pero su familia no sabía nada. Para todos fue una sorpresa”.

Carlos se va adentrando a su afición y unos días más tarde el 25 de noviembre de 1951. El titular al día siguiente de diario El Comercio decía: “Más de 50.000 personas llenaron el  Estadio Olímpico de Quito. Es una obra que enorgullece a deportistas y pueblo Quiteños”. En el flamante campo deportivo hubo un cuadrangular: Cúcuta Deportivo de Colombia, conformado por jugadores uruguayos; Boca Juniors de Cali Colombia, integrado por jugadores paraguayos, entre los que estaba José María Ocampo, que dirigió el Atlanta de Chimbacalle y no cobró ni un centavo, según dice diario El Universo el 16 de noviembre de 2003. Era conocido como El Mariscal. Los hermanos Rodríguez Coll, incluido Carlos, jugaron en el equipo de la ciudadela México. Por Ecuador participaba la selección de Pichincha y el equipo guayaquileño Río Guayas, que estaba conformado por 10 extranjeros y el único ecuatoriano era el “Negro” Sandoval, asegura Oswaldo Rodríguez Coll.

Terminaron los partidos y cayó una tempestad arrolladora. Se jugó domingo, miércoles y domingo. El estadio reventaba y tuvieron una excelente participación las bastoneras del Colegio 24 de Mayo, bajo la dirección del profesor Ernesto Armendáriz.

El automovilismo se tomó Ecuador

A finales de 1948 se organiza una competencia automovilística Buenos Aires-Caracas, en donde entre otros corredores había dos argentinos: Juanito y Oscar Gálvez. Esta carrera pasaba por Quito y se anunció por varias emisoras de la capital. “Nosotros en Chimbacalle nos fuimos en el camión de la familia Duque, a la Curva de Otón a ver los carros. Carlos imaginariamente narraba y pasa el carro tal, donde describía todo…”. Esa carrera tenía como gran atractivo que una de las participantes era una corredora venezolana, que se llamaba Doña Bárbara, como el libro de Rómulo Gallegos, y el argentino Froilán González. Eso despertó la fiebre del automovilismo en el Ecuador. En esa época todo era empedrado y la polvareda era grande. Pasó el tiempo y Carlos se fue abriendo camino, pero como producto del evento automovilístico de este año.

En 1971, en Radio El Sol, se dio la transmisión de las 12 horas Marlboro de Yahuarcocha, “que se hicieron 24 horas, porque la prueba era de 18:00 hasta las 06:00, era nocturna, pero la gente empezó a beber. Hubo tres muertos y la suspendieron, por ello inició al día siguiente desde las 06:00 hasta las 18:00. “Carlos ordenó a su equipo, porque siempre le gustó planificar, el alimento tiene que ser sólido, de líquido solo el café”. Reunió a todo el personal y preguntó quién se va a quedar en los estudios para que sirva de enlace “entre nosotros que estamos en el sitio de competencia y el estudio. Levante la mano”. Levantó Oswaldo y Carlos le insiste “sabes en lo que te estás metiendo”. “Sí, Carlos”, le contestó. Había 12 teléfonos con una línea para Ambato, Riobamba, Cuenca, Milagro… Todo el día se pasó ahí. Carlos tomaba aire y seguía la transmisión…

En 1973 transmitió las 24 horas de Le Mans. Fue un éxito. Elizabeth, hija de Carlos, indica que ahí se le bautizó como el campeón de Le Mans. En esa época nadie sabía cómo narrar esta competencia internacional. “solamente mi padre lo podía y lo hacía con profesionalismo y pasión”. En Ecuador el automovilismo pegó fuerte. “Mi padre se adelantó mucho al tiempo que nació. “Cuando transmitió la carrera 24 horas de Le Mans, él estaba listo, sabía lo que tenía que hacer y lo hacía muy bien”.

Elizabeth recuerda que Carlos Rodríguez Coll, en Le Mans, estuvo de corrido ocho meses y unos seis meses más porque fue contratado por Marlboro Teams para hacer un trabajo allá. Vivía Stuttgart-Alemania. “Mi padre sabía de fútbol, box, básquet, automovilismo…”

Su paso por Radio Tarqui y los toros…

Desde 1968 hasta 1972, fue la segunda etapa que estuvo Carlos Rodríguez Coll en Radio Tarqui. “Mi hermano por el carácter que tuvo, siempre peleó con Raimundo y todo el mundo y los dueños de los medios no eran la excepción”. En la T Grande de Quito su programa tenía una sintonía tremenda”. Oswaldo recuerda que, en plena transmisión, el “Flaco Mosquera”, que trabajaba para el profesor Gustavo Herdoiza, cortó el programa y empezó a locutar: “En estos momentos, señoras y señores, suspendemos el fútbol, para transmitir desde la Plaza de Toros Quito la novillada… por las fiestas de Quito…”. Carlos, dice atento, atento estudios. “Flaco estoy transmitiendo el fútbol, tengo anunciantes y hay compromisos que cumplir” y el Flaco le contesta: “Carlitos donde manda capitán no manda marinero y le cortaron”.

Oswaldo reitera que Carlos Rodríguez Coll regresó a la radio y le dijo al profesor Gustavo Herdoiza, “muchas gracias y hasta luego”. Al día siguiente compró una radio que ahora es Vigía, “La Voz de la Policía”, y la vendió cuando Oswaldo estaba en Manabí. “Yo nunca le hubiera dejado vender, si estaba aquí”, insiste.

Su hija Elizabeth cuenta que a su papá no le gustaba narrar los toros, por eso ahí solo era locutor comercial, pero le tenía que decir si a la radio, por el apoyo que le daban. “Mi papá era tan popular que un tiempo fue presidente de una Peña Taurina. La que era experta en toros era mi madre, a ella sí le gustaba”. Parece que a mi padre le gustaba un poco el rejoneo”, revela.

El Payaso Vega

Desde 1965 hasta 1970, Carlos Rodríguez Coll fue jefe de deportes del diario El Tiempo de Quito, que estaba ubicado en las calles García Moreno y Rocafuerte. En ese medio le sucedió una anécdota. Carlos cogía la máquina y taca taca taca, taca taca taca… con dos dedos. No miraba lo que estaba escribiendo hasta que se acababa la hoja. “Todo le salía de la mente”, destaca su hermano. El rato que quiere leer lo que había escrito no había nada, la página estaba en blanco, porque le habían sacado la cinta. Carlos al ver eso cogió la máquina y la botó por la ventana, caiga donde caiga.

Cogió su saco y dijo “ya no regreso más”. El director del medio, Carlos De la Torres Reyes, fue a la casa de Carlos a pedirle que regrese. Le habló tan fraternal y paternalmente que regresó. Ahí se sabe la verdad. Quien le quitó la cinta a la máquina fue el famoso Jaime Vega Salas, más conocido como el “Payaso Vega”, un personaje del periodismo de la capital. Después del incidente tanto Jaime como Carlos se reían y festejaban.

El periodista Édgar Álvarez, quien laboró en el periódico ese tiempo, manifiesta que Jaime Vega Salas, por más de 25 años fue vocal de Turno de la Asociación No Amateur de Pichincha (AFNA). Anunciaba las alineaciones de los equipos de fútbol en el Estadio Olímpico Atahualpa. Trabajó en el Municipio de Quito y fue Periodista del diario El Tiempo, que luego se trasladó a la Avenida América, junto a Teleamazonas y Radio Colón.

Elizabeth dice que su papá para las cosas manuales no era muy hábil, porque había que prenderle la radio, la grabadora… “Mi papá, colocar la cinta de máquina, nunca”. Seguramente regresó al medio porque la broma lo hizo un amigo y era una broma sana. “Mi papá era un fosforito, pero se le pasaba rápido”, repite.

Era bueno para los apodos

Carlos recorrió el mundo. Un día le llamó a su hermano Milton, que ahora vive en España y tiene 91 años. “Milton, acompáñame al exterior a transmitir futbol, vos comentas, porque lo haces bien”. Fueron a Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay…

Milton contaba que una vez viajaron a Bogotá-Colombia con la selección para los partidos amistoso, el jugador Jefferson Camacho, que era defensa se escapa de la concentración y “llegó en la madrugada bien pegado los tragos”. Los dirigentes lo regresaron de vuelta al Ecuador y Carlos le puso el apodo de “Jefferson Bogotá Camacho”, Carlos fue campeón para poner apodos, pero ninguno ofensivo. Enrique “El enyesado” Portilla, porque corría como si el brazo estuviera enyesado.

En 1993, cuando murió Héctor “Talla Única” Morales todos los periodistas le llamaban a Carlos Rodríguez Coll, quien ya estaba jubilado, para preguntarle el porqué del apodo. Carlos contaba que un día fue al club El Nacional a la hora del almuerzo. El rato de comer, Héctor Morales comía y comía y no paraba nunca. Carlos dijo es como esas medias talla única, que le meten cosas y cosas y no terminan nunca de llenarse y quedó como “Talla Única Morales”.

Había un jugador de apellido Tarsis, argentino,” y tenía una nariz como de Sucre, lo correcto hubiera sido que le ponga sucre”, pero le puso “Ayora Tarsis”, igual a un jugador del Aucas, Tiyabelli. Oswaldo indica que el chiste que se sacó en ese tiempo era que en La Botica Pichincha que estaba situada en la calle Guayaquil, donde hoy es Fybeca, en el centro de Quito, en una vereda estaba Tarsis y en la otra vereda Tiyabelli, se saludan. “Che qué hacés, para, para que ya viene el taxi”.

Al colombiano Leonel Montoya Sánchez, entrenador de la Liga Deportiva Universitaria, le puso “El Cacharrero Montoya”, porque en ese tiempo se decía “vamos a traer cacharro de Colombia”. Un día estaban en la casa y su mamá, Dorita, le dice a Carlos “oye mijo, quien ese ese señor que tú le pusiste contrabandista o algo así”. Leonel le responde “Ave María Purísima, Doña Dora, aquí está el cacharrero”. Todos pegaron una carcajada. Otro apodo, Carlos Gutiérrez, que todavía vive en Ecuador, era bajito de estatura, “pero era un defensa tremendo”. Le puso Leoncito Gutiérrez. Oswaldo dice que había un jugador “patucho” llamado José Luis Romanelli, que le daba patada al que se cruzaba y le puso Nerón Romanelli.

Elizabeth cuenta que los apodos eran la característica de su papá, pero también era muy conocido por donde pasaba. Una vez que se sacó buenas calificaciones le invitó al Wonder Bar, que era un sitio exclusivo y estaba situado en el hall del Teatro Bolívar, en el Centro Histórico. “Qué barbaridad saludaba con Raimundo y todo el mundo: con la señora que vendía el periódico, con la señora que limpiaba los zapatos, con el señor que cruzaba la calle… Se paraban y era para hablar de fútbol…  Hasta que, al acabar el ceviche, Elizabeth le dice: “papá yo me regreso solita porque nunca vamos a llegar a la casa, si es que usted saluda a todos”.

El Poema del Fútbol

Oswaldo manifiesta que su hermano Carlos tenía por costumbre terminar sus transmisiones deportivas e ir inmediatamente a su casa. “Se ponía piyama, se metía a la cama, con una jarra de jugo de cualquier cosa”. Merendaba a las 18:00, porque a las 19:00 tenía el programa nocturno de automovilismo o fútbol.

A inicios de los 70, en el Deportivo Quito jugaba un futbolista argentino, Carlitos Guzmán, un crack. Carlos por lo espectacular que era le puso de apodo “El Dibujante”. Ese día jugó tan bien que Carlos llegó a su casa, se sentó en su escritorio y empezó a escribir “El Poema del Fútbol”: “La escuela del fútbol es una esquina cualquiera. Allá donde el guambra travieso rompe el primer vidrio de la casa vecina, para emprender luego su loca carrera, que no será la última, precisamente. El colegio, un potrero donde el sol y el aire no se venden, pero donde hace falta mucha estabilidad en el piso. La universidad, una de esas moles de cemento, llamadas estadio, donde para la graduación del crack, concurren miles y miles de testigos. La de trapo, fabricada con una media cualquiera y rellena de ilusiones… Y, por último, la flamante número cinco, a la que no se golpea, sino que se acaricia porque tiene alma de mujer, son los únicos textos en los que se aprende las cinco vocales, el alfabeto y la literatura hermosa de una profesión que requiere por igual, garra y calidad: ¡Su majestad el fútbol!” Escrito por Don Carlos Rodríguez Coll.

Cuando Carlos ya estaba retirado, muchas emisoras le pedían el poema para pasar en sus programas y él les contestaba, que esto lo tiene su hermano Oswaldo hasta que él quiera. “Si yo vuelvo a la radio lo hago con el mismo nombre: Goles y Recuerdos y utilizo el poema”. Esto lo publicó en el libro, asegura Oswaldo.

Elizabeth narra que su papá era muy constante en escribir y lo hacía muy rápido. Escribía todo a máquina. No usaba todos los dedos. Una vez le dijo ven a oír esto. “Me pareció tan precioso, pero nunca me imaginé que calara tan hondo en la gente. Muchas personas me llaman y me dicen, me puedes dar una copia… A través del tiempo entendí todo lo que eso implicaba y todo lo que él había vivido. Mi papá jugó en el Atlanta de Chimbacalle. No llegó a ser un crack en el fútbol, pero lo fue en el micrófono”, destaca.

Las paces con los periodistas de Guayaquil

En 1987 viajaron a Guayaquil Carlos Rodríguez Coll y Blasco Moscoso Cuesta, para hacer las paces con el periodismo deportivo del Puerto Principal. Eran tres los invitados, pero “Alfonso Lasso Bermeo no aceptó”, asegura Oswaldo Rodríguez Coll. Cuando llegaron al Círculo de Periodistas Deportivos del Ecuador, uno de los presentes gritó “por fin trajeron a este manabita aserranado”. Carlos le contestó “me vas a escuchar”.

Se sentaron en la mesa directiva, el presidente les dio la bienvenida y Carlos le dijo “siga Blasco, como los militares, el mayor habla primero”. Luego intervino Carlos, quien puso sus puntos de vista y al final indicó “quiero dirigirme a vos, que estás con la guayabera, que dijiste lo que dijiste cuando yo entré. Cuando a Carlos Rodríguez Coll no se le hace caso. Hay formas para hacer entender, pero como hay brutos como vos, hay que hacerles entender de otra manera”. Saca una pistola y pone en la mesa e indica “este aparato habla por mí, porque no te olvides que soy manabita”. Todo el mundo en silencio. Después no quiso ir a comer con el “fulano”. Ese era Carlos Rodríguez Coll insiste su hermano Oswaldo.

Su hija Elizabeth cuenta que muchas veces su papá daba mucho pie para tener impasses con los gremios periodísticos de Guayaquil.  Alguna vez le preguntaron que era lo más bonito de Guayaquil y el contestó que “obviamente sus mujeres, la cerveza y el pasaje de regreso a Quito”.

La relación con MM Jaramillo Arteaga

Su hija Elizabeth cuenta que en Radio Quito su padre conoció a su mamá Fanny, quien tenía una voz hermosa y declamaba muy lindo. “En esta emisora inicia y termina la carrera de mi mamá y comienza y sigue la carrera de mi papá”. Sus padres se casaron en 1954, “yo nací al año siguiente”. Permanecieron juntos hasta cuando su madre murió en 1994. “Mi Familia en un espacio de 12 años aproximadamente desapareció y me quedé con mis tres hijos. Si no tuviera el carácter que me enseñó a tener mi padre, le garantizo que no habría podido sobrellevar. Cuando falleció mi hermano tuve que dar fuerza a mi papá y a mi mamá, después con la muerte de mi mamá y después la partida de mi papá”. Fueron tiempos duros.

Carlos fue yerno de Manuel María MM Jaramillo Arteaga. Elizabeth dice que la relación entre los dos era “un poco diplomática”, porque para su abuelo no era su padre el mejor candidato, sin embargo, la vida no le dio la razón”. No eran muchas las reuniones que estábamos juntos, los fines de semana. “No había como contar con papá porque su trabajo requería obligatoriamente los sábados y domingos”. Para las coberturas deportivas se ausentaba seguido.

Elizabeth y Oswaldo corroboran que Carlos Rodríguez Coll se llevaba mucho y tenía una relación fuerte y profunda con los hermanos de su esposa:  Benito, Memillo y Gustavo Jaramillo Pólit, que eran quienes manejaban la cambiaria y la fiduciaria. Produbanco y luego Banco Promerica absorbieron a MM Jaramillo Arteaga.

Oswaldo, como anécdota, cuenta que su sobrina Elizabeth tendría unos cuatro años cuando iba con su mamá Fanny, a visitar un domingo al señor Jaramillo Arteaga. “Le ponían elegantísima a la niña, con la carterita bajo el brazo. Era una muñeca, porque era linda y sigue siendo linda”. El rato que se iba Carlos le dice a su hija: “tome, y le da un sucre para que se le dé a su abuelito y dígale: abuelito esto le manda mi papi, para que se ayude”. “A un tremendo millonario quiero decirle que se ayude”, comenta Oswaldo.

La señora fue con la niña, visitaron al abuelo. Cuando ya se estaban despidiendo, Elizabeth se acuerda del pedido del papá. Regresa abre la carterita y le dice “abuelito tome esto que le envío mi papito y me dijo que era para que se ayude”. Le responde gracias mijita. Manuel María Jaramillo, le llama a su hija Fanny y le dice: “dile a ese montuvio manabita… que no le dañe la mente a la niña tan tierna”.

El carácter de Carlos Rodríguez Coll

Oswaldo y Elizabeth coindicen en que Carlos tenía un carácter fuerte, aunque también era extremadamente disciplinado para el trabajo. “Era un maestro que sus alumnos, si no aprendían a las buenas, aprendían a las malas”. Era un hombre que sabía lo que quería. Muchas cosas le molestaban, le fastidiaban y por ese motivo también llegó un punto en que dijo hasta aquí y se retiró de la narración deportiva. A pesar de su carácter, él era muy consiente de que sus empleados tenían que cobrar y, si por alguna circunstancia tenía que hacer cualquier maroma para pagar, lo hacía. Era un hombre honesto. “Mi padre era un hombre muy especial”.

Elizabeth cuenta que “yo creo que con respecto al carácter soy un poco más Rodríguez que Jaramillo. Creo que he heredado un poco más el lado de mi papá, pero no soy tan explosiva como era él, porque la vida nos va enseñando a ser menos explosivos. Todos los abuelos pensamos que la vida nos da otra oportunidad y podemos ser mejores abuelos que padres. Él amó mucho a mis hijos”.

Mario René Arias, quien fue operador y locutor comercial de Goles y Recuerdos, en Radio El Sol, en 1973, considera que Carlos Rodríguez Coll fue uno de los mejores narradores deportivos de Sudamérica. “Llegaba los lunes y había que tener todos los goles, el resumen del domingo deportivo”. “Muchas veces llegaba de un genio tal que no soportaba ni su apellido”. Se daba vueltas en la radio hasta que inicie el programa a las 19:30, para presentar su Majestad el Fútbol. Mario René Arias tenía una táctica para cambiarle el humor: era ponerle la canción “Detalles”, de Roberto Carlos, grabada en 1971. “Se le iba el malgenio, cambiaba totalmente su estado de ánimo y, como siempre, hacía un lindo programa. “Él fue un ejemplo”. “Nos decía campeonísimos”.

Oswaldo asegura que “Carlos trabajaba en un canal de televisión, que era el centro de operaciones para la entrega de los premios de la Carrera Quito-Ultimas Noticias. Carlos tenía invitado especial a Eduardo Borer y va pasando los minutos. Era las 21:00 y seguía la entrega de premios, las 22:00, 22:15, ya era las 23:00 y le dan el micrófono a Carlos y con el invitado ahí.

“Carlos fue genio y figura y dice señoras y señores no sé si decir buenas noches o buenos días. No sé ni qué hora es… Estoy aquí desde tal hora o decir desde el día de ayer a tal hora. No sé repito si estamos de día o de noche, pero todo se debe a la disposición de ese par de Margaritos que dirigen este canal. Lo que acabo de decir sirve para indicar que ya no es estaré el próximo fin de semana, pero eso me tiene sin cuidado. Quiero presentarles a mi amigo Eduardo Borer, disculpa Eduardo…”

Al final del programa le entregaron una nota: “Don Carlos está suspendido su programa”. Era finales de los 80. Ese fue Carlos. “No es porque sea mi hermano, pero fue un periodista a tiempo completo. Fue un hombre de mucho carácter, muy fuerte temperamento, pero era un profesional muy perfeccionista y honrado”.

En 1983, cuando se retiró, le dijo a su hermano: “Oswaldo el fútbol está corrupto y prefiero retirarme”. Carlos se compró una propiedad en Atacames, provincia de Esmeraldas y puso las cabañas South Pacífic, cuando recién se iniciaba el turismo en ese lugar.  Elizabeth señala que le fue muy bien. Puso con su hermano Carlos Manuel un restaurante. Iban sus amigos, entre ellos César Alfaro, que era el gerente de MM Jaramillo Arteaga.  

Carlos Rodríguez Coll contó con la amistad de “El Chino” Viteri, alguien que murió muy joven, era colega de él; el Dr, Jaime Naranjo, quien fue su compadre; Siervo Calderón, Guillermo Ortega, Fausto Merello, Alfredo y Gustavo Castro Vallarino, con unos conversaba sobre fútbol, con otros sobre automovilismo, box, básquet y estadísticas…

Dos libros

“Goles y Recuerdos” es la historia de los inicios y su pasión por el fútbol. Hacía un recuento de todas las cosas que le tocó pasar. Contaba que, en 1950 en el Deportivo Cali, había un jugador que se llamaba Roberto “El Muñeco” Coll. Era muy bien parecido. Cuando el equipo llegó a Quito, Carlos hizo amistad con él, “porque eran medio parientes”.

Al inició se lo veía muy seguro, sin problemas y tristezas. Pero conforme iban conversando tenía un drama. Su hijo de 8 años sufría de cáncer, por eso él hacía cruzadas y pedía ayuda, para mantenerlo con vida. En el libro hubo anécdotas e historias con deportistas y personajes de la época “que fortalecieron incipiente futbol”, manifiesta Oswaldo.

Mientras que “Carta a mi hijo” es un homenaje al ser que más amó en su vida, su hijo Carlos Manuel, quien tuvo una mala práctica médica. Le intervinieron de la vesícula y murió. Tenía 27 años. “Era la adoración de mi papá, aunque a él no le gustaba el fútbol, pero le encantaban los autos. Esto afecto muchísimo a mi padre, tanto es así que esta fue una de las causas por las que decidió alejarse de los micrófonos”, destaca Elizabeth Rodríguez Jaramillo.

En el texto se puede notar una conversación entre Carlos Rodríguez Coll con su hijo, que falleció el 27 de octubre de 1988. “En una parte del texto Carlos escribe, suspendo la conversación, porque tengo los ojos llenos de nubes y llanto”, acota Oswaldo.

Quito la ciudad de Carlos Rodríguez Coll

En el corazón de Carlos, Quito tenía un espacio importante. Él amaba a “la Carita de Dios, porque fue la ciudad que les acogió y los vio crecer a los Rodríguez Coll”. Elizabeth cuenta que cuando salían con su padre recorrían El Panecillo, La Plaza Grande y San Francisco, “donde comíamos en las gradas un plato de choclos con habas. En eso él y yo éramos muy parecidos. Podríamos comer en cualquier embajada o en la vereda. No había ningún problema. Mi padre sabía las leyendas de Quito y me contaba”.

Ella relata que su papá, al igual que su tío Oswaldo, eran hinchas del Aucas, que es parte de la capital. “Yo aprendí amar a esta ciudad no solo por haber nacido, aunque también tenga sangre manaba, pero para mí Quito es mi ciudad y tengo la oportunidad de servirla al trabajar en el Municipio de Quito desde los 23 años”.

No fue reconocido como debió

Elizabeth destaca que su padre era un hombre extraordinario y valioso, un profesional que fue poco reconocido. Dejó un legado inmenso no solo para Quito, “a la ciudad que nos enseñó a amar profundamente a mi hermano y a mí, sino para todo el Ecuador y América. Creo que él debía ser reconocido. A lo mejor si mi hermano hubiera vivido o si yo no hubiera tenido la responsabilidad de sacar adelante a mis tres hijos sola, posiblemente el nombre de él sonaría más”.

Carlos Rodríguez Coll era un hombre de una valía inmensa. “No existe hasta el momento alguien que haya superado a mi padre, a pesar de que hay narradores muy buenos. Quizá pasará mucho tiempo hasta que aparezca alguien con esa visión de vida, de porte y de relación con todos los entes deportivos que pueda superarlo”. En la casa no se hablaba mucho de fútbol. Era un hombre muy constante. Era de una voluntad de hierro. Tenía el don especial de prever las cosas, explica Elizabeth.

Tanto su hija como su hermano consideran que no se le rindió el homenaje que él merecía. Según Oswaldo, el único que cumplió fue Marcelo Dotti, que era diputado, y pidió que el Congreso Nacional emitiera un acuerdo de condolencia por la muerte de Carlos Rodríguez Coll y le entregó a su hija cuando su padre estaba siendo enterrado en el Parque de los Recuerdos. Elizabeth manifiesta “no quiero justificar, quizá por el carácter fuerte que tenía. De pronto había sectores a los que no le parecía darle el homenaje que se merecía. Espero dentro de poco tiempo pueda hacer algo. Mi sueño es que se reconozca la trayectoria de mi padre. Las personas mueren cuando se las olvida, pero en el corazón y la retina de mucha gente todavía sigue viviendo”.

Fue un abuelo extremadamente amoroso. Quería muchísimo a sus tres nietos, especialmente a Gabriela la mayor. “Creo que con ella logró disfrutar todo lo que conmigo no lo hizo, por tener que trabajar y mantenerme. Espero que en algún momento se reconozca su talento y el aporte que dio al Ecuador. Mi papá no aró en el mar” …

El video en el siguiente link:

La entrevista completa en YouTube:

Iliana Cervantes Lima

Voces de la Radio

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