Hace 15 años, los líderes africanos tenían una visión que podía cambiar el futuro de su continente. Imaginaban una delgada y sin embargo importante línea verde ubicada entre el océano Índico y el Atlántico: una franja arbolada de 8 000 kilómetros de longitud y 15 kilómetros de ancho. Demarcaría el Sahel, la región árida situada entre el desierto del Sáhara al norte y la sabana al sur.
Actualmente, esa visión se ha matizado. La Gran Muralla Verde hoy no se concibe como una simple hilera de árboles, sino como un complejo mosaico de explotaciones agrarias, bosques y naturaleza donde se restauran los ecosistemas y se conserva el agua, en el que las zonas rurales son dinámicos centros económicos que producen abundantes alimentos y ofrecen valiosos medios de vida.
La degradación de las tierras en el Sahel
La tierra se degrada cuando la actividad humana disminuye la salud del suelo como consecuencia del cambio climático, el crecimiento demográfico o la gestión insostenible de la tierra y el agua. Resulta más difícil cultivar las tierras, se reduce la biodiversidad y aumenta la frecuencia de los desastres naturales.
En las zonas áridas como el Sahel, la degradación de las tierras puede perturbar su delicado equilibrio y convertirlas en infértiles.
Claro está que al Sahel le había tocado lidiar con años secos, pero a mediados del siglo XX la población empezó a darse cuenta de que la frecuencia y la intensidad de las sequías iba en aumento. Entre 1968 y 1974, las sequías devastadoras desataron la hambruna a gran escala, lo cual llevó a los líderes mundiales a intervenir. De hecho, la conferencia de las Naciones Unidas en respuesta a esta crisis condujo al establecimiento del FIDA.
Sin embargo, la desertificación siguió avanzando hacia el sur y convirtiendo los campos verdes en tierras infértiles. Entre 1984 y 1985, otra sequía contribuyó a la terrible hambruna y causó cientos de miles de muertes. Los expertos señalaron que las actividades humanas eran la causa subyacente de la desertificación, y que solo su intervención podría detener el avance de este fenómeno.
La Gran Muralla Verde adquiere forma
En los años sucesivos, habida cuenta de que los efectos del cambio climático y la degradación ambiental debidos a la actividad humana eran más patentes que nunca, las iniciativas para hacerles frente cobraron impulso. Por fin, en 2007, 11 Estados del Sahel suscribieron la Iniciativa de la Gran Muralla Verde en un esfuerzo por restaurar la tierra degradada y frenar el avance de la desertificación.
La iniciativa es excepcional: está dirigida por países africanos y es de su propiedad, y aplica un enfoque integrado de desarrollo y restauración de tierras. El cometido es proteger el medio ambiente y favorecer el desarrollo sostenible de los países y comunidades.
Sus principales objetivos son simples: restaurar 100 millones de hectáreas de tierras degradadas, captar 250 millones de toneladas de carbono y crear 10 millones de empleos verdes en las zonas rurales para 2030.
Para conseguirlo, los países que forman parte de la iniciativa han introducido prácticas de gestión sostenible de la tierra en los ámbitos de la silvicultura y la agricultura (reforestación, restauración de tierras, agrosilvicultura); los recursos hídricos (mejores sistemas de riego, gestión de las cuencas hidrográficas y pozos tubulares), y los suelos (construcción de terrazas y fijación de dunas para evitar la erosión, paravientos y cortafuegos).
En 2019 se informó de que se habían restaurado 4 millones de hectáreas en el marco de la Iniciativa de la Gran Muralla Verde y de que también se habían rehabilitado otras 17,8 hectáreas fuera de las zonas de intervención.
Las imágenes por satélite confirmaron que en muchas zonas el avance de la desertificación se había contenido o incluso invertido, pero no a un ritmo suficiente. Las estimaciones revelaron que el ritmo de la restauración de tierras tendrá que cuadruplicarse para alcanzar el objetivo de aquí a 2030.
No obstante, muchos países no cuentan con las estructuras de gobernanza ambiental ni con la capacidad institucional ni de coordinación para lograr esta ambiciosa empresa intersectorial. Además, es difícil llevar un seguimiento de las actividades y garantizar su sostenibilidad, dado que los beneficios no se hacen palpables hasta pasados muchos años.
La financiación es otro gran reto. Entre 2010 y 2019 se asignó un total de USD 1 800 millones a la Iniciativa de la Gran Muralla Verde, pero para alcanzar las metas relativas a la restauración de las tierras se necesitará una inversión mayor de entre USD 3 600 millones y USD 4 300 millones para 2030.
Los líderes africanos y sus homólogos en todo el mundo están de acuerdo en que es hora de intensificar los esfuerzos en este sentido. (I)
Fuente: FEDA